viernes, 24 de mayo de 2013

Anécdota de una gorda

Me tomaba un breve receso en una clase de matemáticas de dos horas; como es sistema abierto, sólo tengo tres o cuatro chicas por clase, así que al cabo de 55 minutos decidí que nos tomaríamos 5 ó 10 minutos para quitarnos el estrés y charlar un rato. Mientras yo borraba algo que escribí en el pizarrón y acomodaba algunas cosas en mi mesa, las tres chicas de mi clase empezaron a charlar:

-Chica 1: Ayer me pesé y subí 3 kilos, ay, me siento gordísima.

-Chica 2: ¿Gorda?, pero si te ves bien, en cambio mírame a mí, no me entra nada.

-Chica 3: Nooo, ustedes se ven hermosas, yo sí que estoy gorda, ¡peso 56 kilos!

-Chica 1: ¡Pues miren mi panza! (Tocándosela). ¡Estoy gordísima!

Y así siguió desarrollándose esa charla entre ellas; tan ensimisadas estaban que se olvidaron de mí y siguieron con lo suyo, cada una echándose flores, cada una tocándose la panza, cada una esperando la aprobación de la otra.

Yo me quedé callada todos los minutos que esa charla se desarrolló; yo, que mayormente paso estos años de mi vida sintiéndome a gusto con mi cuerpo de casi 100 kilos. Yo, que no me procupa mi peso ni me angustia no estar delgada; de repente, poco a poco, empecé a sentir eso que hacia años no sentía por mi cuerpo: tristeza.

Poco a poco empecé a sentir en mi cuerpo una especie de incomodidad; de repente bajé la mirada y me vi tal como soy, gorda; después miré hacia donde estaban las chicas y las observé; todas ellas deberían pesar como máximo 60 kilos (tomando como base la que dijo que pesaba 56), con sus pantalones de mezclilla entallando sus piernas, sus blusitas ceñidas al cuerpo, sus cabellos recogidos, todas ellas hermosas en verdad, mientras que yo...

De repente, como pasaba hace años, sentí pena de mi cuerpo, sentí que ellas voltearían a mirarme y se burlarían diciendo: "ésta sí que es gorda". Sentí ganas de taparme, de salir de ahí y no seguir enfrente de ellas parada junto al pizarrón exponiendo mis carnes.

De repente terminó su charla y me miraron con un rostro del que no supe qué descifrar, les sonreí pensando que me incluirían en su plática (como siempre lo hacían), pero se quedaron calladas, quizá sintieron pena, quizá no tuvieron nada más que decir.

Poco a poco recobré mi compostura y seguí con mi clase. Al salir de la escuela, decidí que no pensaría más en eso, lo quité de mi memoria y seguí intentando ser tan feliz como siempre.